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La economía del esfuerzo y la productividad

Actualizado: 30 jul 2021

Daniel se encontraba agobiado por el estrés.

Si bien no le iba mal en los negocios, su «éxito» le estaba minando la salud mental y física. Además de las exigencias de su empresa, se unía su intensa actividad gremial y su afán por ayudar a los demás. En su vocabulario no existía la palabra «NO». En adición, su creatividad lo impulsaba a iniciar una multitud de proyectos que usualmente se quedaban a medio terminar.


La economía del esfuerzo ha sido una preocupación constante de la humanidad. Desde la invención de la rueda, 3500 a. C. según evidencias encontradas, el hombre siempre ha intentado lograr más con menos esfuerzo, avanzar más rápido, cargar más peso, trasladar con más facilidad materiales de un sitio a otro.


Arquímedes se sentía capaz de «mover el mundo» pero eso sí, con un punto de apoyo, con la ayuda de una palanca, inventada durante el tercer milenio a. C, y documentada por primera vez por él en 340 a. C.

Daniel necesitaba una rueda, una palanca, algo que lo ayudara a conseguir todo lo que se proponía sin necesidad de esforzarse tanto. Por eso le llamó la atención la oferta de un curso de «gestión del tiempo» que llegó a sus manos. Sin estar seguro de que tendría tiempo para asistir, decidió registrarse.

El concepto de la  «economía del esfuerzo» comenzó a ser aplicado al trabajo manual, repetitivo por  Frederick Taylor, el «padre de la administración científica» a finales del siglo XIX, durante la llamada «revolución industrial».


El concepto ha evolucionado hasta el punto que hoy existen robots que sustituyen con éxito este tipo de labor. Bajo el nombre de «economía de fuerzas» es aplicado a la guerra, siendo uno de los principios básicos basados en las teorías de Carl von Clausewitz.


También ha sido estudiado al detalle y es utilizado en el deporte de alta competencia. La idea básica consiste en usar técnicas que  ayuden al atleta a ahorrar oxígeno en función de un mejor rendimiento y le permita conseguir mejores resultados.


Por analogía, podemos aplicar este concepto al trabajo intelectual, el que desempeña un ejecutivo, un emprendedor, cualquiera que realice un trabajo intelectual. Si el recurso vital de un atleta es el oxígeno, el del trabajo intelectual es el tiempo. En este caso, el desafío consiste en usar técnicas que nos permitan «ahorrarlo», usar el que disponemos en asuntos que valen la pena, que nos ayudan a conseguir un mayor rendimiento, lo cual se traduce en menos esfuerzo y mayor productividad. 


Como era usual, Daniel llegó unos minutos tarde al curso. De inmediato se dio cuenta de que su problema, lo que no le permitía ser tan efectivo como quisiera y le estaba afectando la salud, era que no se estaba enfocando en lo que realmente era importante para él. Después del curso, hemos sostenido unas cuantas reuniones de seguimiento y Daniel ha logrado unos resultados que lo tienen entusiasmado.

Se concentró en lo que es importante, definió una serie de objetivos inteligentes, comenzó a  trabajar bajo el concepto de la «matriz de prioridades» y aprendió a decir NO asertivamente. Hoy, lo dice con orgullo, ha aumentado su productividad con menos esfuerzo y está disfrutando de más tiempo de «ocio productivo».

Durante el período de confinamiento hubo de cambiar sus prioridades pero sin perder el foco, lo cual lo ha colocado en una posición favorable para la vuelta a la «normalidad».


Todos tenemos derecho a una mejor calidad de vida.


El trabajo, cualquiera que sea, dignifica y puede ser muy satisfactorio cuando se alinea con lo que realmente disfrutamos. Te invito a que tomes las acciones necesarias para lograr más con menos esfuerzo, aumentar tu productividad y dedicar tiempo a actividades que te hagan crecer como persona.


Daniel lo está logrando. Tú también puedes hacerlo.



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Autor

Gustavo Yepes

Coach. Conferencista. Experto en Gestión del tiempo

Aliado de "Y eso, ¿cómo se come?" en Hyggelink

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